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miércoles, 21 de septiembre de 2016

Pijao y Turismo Cultural






Pijao es el único municipio del Quindío que tiene trazado el camino de un turismo histórico, cultural y sostenible.  Cuenta con esta perspectiva gracias al empeño, constancia y tesón de una comunicadora social, quien también fue concejal en el pasado.
Mónica Flórez Arcila consiguió un título interesante para su tierra natal, ser caracterizado como ‘Cittaslow’ o “pueblo sin prisa”, dentro de una muy seleccionada lista de localidades del mundo que lo ostentan.
Hay que ser soñadores y contar con proyección de futuro para lograr dos cosas que son muy difíciles en el campo turístico: armonía de la actividad de atención a visitantes con el medio local y sostenibilidad de un nicho turístico que tiene naturaleza, cultura y productividad vernácula.
Pijao, tradición
Pijao respira todavía el ambiente apacible de la vida cotidiana basada en tradiciones campesinas y sus habitantes son conscientes de la fortaleza que eso representa.  Sobre todo, ahora que Salento y Filandia han venido perdiendo esa característica que se traduce en tranquilidad y solaz.
Su contexto geográfico es variado debido a una diversidad de pisos térmicos, desde el páramo hasta el  terreno apto para el cultivo del café, su renglón económico más importante.  
Si a esto le añadimos paisaje ensoñador, matizado por extensión agrícola, palmas de cera,  páramo y lagunas, la pretensión de convertirlo en destino turístico de primera categoría se ha convertido en un arma de doble filo que, como todo proceso requiere estudio serio y sociológico que tenga en cuenta el enfoque local desde sus anfitriones y enfoque global desde sus potenciales visitantes e inversionistas.
Son varios los aspectos culturales, atributos de la naturaleza y factores humanos que hacen de Pijao un destino de especial interés:
 primero, el café como esencia de la actividad humana y como soporte del paisaje cultural que está en la lista de patrimonio de la humanidad.  Los extensos cafetales y su visualización desde las alturas hacen de estos parajes un conjunto difícil de olvidar.  
Segundo, montaña arriba, las eternas palmas de cera que son majestuosas y, enseguida, los valles de frailejones, verdaderos tesoros de la naturaleza.
Tercero, la realización  humana plasmada en su arquitectura tradicional singular o los puntos de encuentro que han entrado a ocupar un sitio en la reseña histórica.  Como sus bares y cafés, por ejemplo.
De las tres menciones, solo la primera y última deben permanecer en la dinámica turística.  La segunda es y debe ser una referencia para el alivio del espíritu; en otras palabras, su consideración es la de un santuario.
El café ramifica en lo físico, pero también se entronca en los sentimientos de una población de caficultores o de propietarios, que encuentran en el nuevo turismo otra opción de vida.  Las manifestaciones tangibles que muestran sus casas de bahareque, engalanadas  además con la ornamentación y policromía, convierten a cada una en protagonista de la estética y de la historia social.  Esta se construye igualmente con la fuerza de sus imaginarios o con la simbología agraria, que es precisamente lo que ocurre con las escenas de las garzas que se posan todavía en algunos árboles al atardecer.
El patrimonio
Mónica Flórez conoce muy bien el desenvolvimiento histórico de su arquitectura, pues entre 1995 y 1997 realizó un trabajo de compilación etnográfica sobre el valor cultural de aquellas construcciones de bahareque, que también amplió a otros municipios del Quindío.  
Sabe que el patrimonio inmaterial, y su conocimiento, son insumos básicos para entender la dinámica de la cultura que es finalmente la “savia del turismo” como lo afirma la Unesco.
También valora profundamente los bienes de un patrimonio natural como son los bosques, las microcuencas,  las palmas de cera y los frailejones de los valles paramunos y que ellos están allí como guardianes de la biodiversidad y no (como equivocadamente se piensa) son motivo para un explotador y depredador turismo.  
Conoce muy bien a  sus paisanos y entiende, como ellos, que el principal patrimonio colectivo de Pijao lo constituyen el agua y la serenidad de la vida agraria.  Ambos factores podrían desaparecer si no se  manejan parámetros de conducción turística amigable con el medio ambiente.
Estos principios son los que se comparten en ‘Cittaslow’ (ciudad sin prisa)  un modelo de turismo que responde al llamado y actitud responsable de sus protagonistas y agentes estatales que lo apoyen. 
Pijao, ciudad sin prisa 
Gracias a su apropiación ciudadana, Pijao seguirá siendo “el lugar donde se posan las garzas”, donde se respira el aire paramuno, se disfruta la pureza de sus fuentes hídricas, se dialoga en franca fraternidad pueblerina en alguno de sus establecimientos públicos,  con  disfrute de un café o un espumoso pintadito.  Y se siente el renovado espíritu de paz desde la construcción colectiva.  
Esto podrá ser  una respuesta colectiva, solo con el aporte de todos en la gestación de un turismo nuevo, que tampoco olvida la dimensión arqueológica.  
Hace muchos años, otro gestor, Fernando Pérez dirigió el destino de la casa de la cultura.  Murió en su empeño de ver plasmado el  sueño de contar con un montaje museográfico de la segunda más grande colección de cerámica arqueológica local que posee el Quindío.  
Si no fuere por su insistencia ante las autoridades departamental y ante el mismo alcalde esas vasijas, copas, volantes de huso o urnas funerarias habrían desaparecido.  
El turismo cultural en Pijao se enriquece con la exhibición de esas piezas hoy, con el orgullo que  transmite tal acción cultural  a sus pobladores de conocer algo de sus antepasados.

Por  Roberto Restrepo Ramírez y Néstor Eduardo Hernández Morales
La Cronica del Quindío

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